1.
INTRODUCCION
En el
Paraguay, hasta unas décadas atrás, la violencia intrafamiliar, se hallaba
enmarcada en un sistema-sociocultural denominado patriarcado. La cultura
patriarcal, es aquella que sobrevalora a los hombres y subvalora a las mujeres
y hace que se estructure una jerarquía en la que los hombres tienen el control
sobre los principales recursos de la sociedad y sobre las mujeres.
La violencia
intrafamiliar, comprende a todos los miembros de la familia, sucede tanto
a contra hombres y mujeres, niñas,
niños, jóvenes y ancianos/as, sin
embargo, en cada uno de los sectores sociales, las mujeres son probablemente
las que más han sufrido este tipo de violencia a lo largo de la historia.
Durante años y hasta hoy, siguen sufriendo violencia y discriminación frente a
otros grupos sociales, sobre todo cuando los motivos de estos hechos son el
arraigado patriarcado, los mandatos culturales y religiosos dominantes, que
persisten e impiden su erradicación, a nivel mundial y nuestro país no está
ajeno, a esta problemática.
La violencia
doméstica o intrafamiliar como se la denomina tambien, generalmente es
perpetrada por los hombres independientemente del sexo y la edad de las
víctimas. Adopta muchas formas y aparece
en todos los ambientes: en el trabajo, en el hogar, en la calle y en la
comunidad en su conjunto. No obstante, existen diferencias importantes entre
las mujeres y los hombres en lo que se refiere a la forma, la naturaleza y las
consecuencias de la violencia. Alude a todas las formas de abuso, ya sea por
acción u omisión, dentro de un espacio donde existe desequilibrio de poder.
También es de destacar que las víctimas, a menudo se convierten en agresores o
participan en relaciones violentas más tarde.
En muchos
países la violencia doméstica es considerada como un problema de salud pública
que afecta principalmente a las mujeres y a sus hijos e hijas. En los países
que se han realizado estudios sobre su prevalencia, se reportan cifras
alarmantes, destacando consecuencias físicas, psicológicas y sociales entre las
que se cuentan: homicidios, lesiones graves, enfermedades gastrointestinales,
enfermedades de transmisión sexual, enfermedades psicosomáticas, problemas de
salud mental, suicidios, efectos en los niños que la han presenciado, costos
agregados de salud y efectos sobre la productividad y el empleo.
En general,
las estadísticas sobre violencia intrafamiliar no representan la realidad de la
magnitud del problema, debido al sub-registro de casos. Muchas veces las
mujeres no denuncian los actos de violencia de los que son víctimas por la
naturaleza “privada” que envuelve estos hechos, por el estigma social asociado
a la violencia doméstica, pero más que nada por la creencia, también instalada
en el sentir popular, de que no sirve de nada denunciarla e incluso algunas la
toleran como algo natural.
Una mujer
que sufre violencia y que por tanto ve afectada su salud y estado físico, mental
y emocional tendrá mayor dificultad para dar a sus hijos e hijas la atención,
el afecto y los cuidados apropiados. Tiene
un alto impacto en la vida cotidiana de los miles de niños y niñas que
directa o indirectamente conviven con ella.
El
antecedente de violencia conlleva a repetir el acto. Crecer en una familia
violenta es un elemento que incrementa el riesgo de futuras conductas similares
por parte del propio sujeto que las sufrió o las cometió contra otros miembros
de la familia. El antecedente de violencia intrafamiliar es tan importante como
predisponente.
Esto es especialmente
cierto, ya que las niñas que son testigos de la violencia tienen más
probabilidades de acabar siendo víctimas de relaciones violentas. Por tanto, a
menudo resulta difícil separar las causas de las consecuencias, ya que crecer
en una familia en la que la madre es objeto de abusos es una vía importante por
la que el ciclo de la violencia doméstica se perpetúe. Ser testigo de la
violencia doméstica también contribuye a la violencia general, en el sentido de
que estos niños identifican la violencia como medio para resolver los
conflictos.
La violencia contra la
mujer abarca, entre otras, la violencia física, sexual, económica y psicológica que se produce en el seno de la
familia y en la comunidad en general, incluidas las palizas, el abuso sexual de
niñas, la violación marital, la mutilación genital femenina y otras prácticas
tradicionales dañinas para la mujer, la violencia no conyugal y la violencia
relacionada con la explotación, el acoso sexual y la intimidación en el
trabajo, en las instituciones educativas y en cualquier otro lugar, el tráfico
de mujeres, la prostitución forzada y la violencia perpetrada o tolerada por el
Estado.
Los niños y niñas que
viven situaciones de violencia intrafamiliar, al igual que sus madres, también
desarrollan estrategias de alivio que a la larga pueden tener
consecuencias no solo negativas, sino
devastadoras. No asistir al colegio es una de las más recurrentes, pero esta
estrategia significa que tengan que decidir dónde ir durante esas horas que no
estarán ni en clases ni en la casa. Esto casi siempre significa exponerse a
otros riesgos. Las depresiones, el consumo de alcohol y drogas, participación
en riñas callejeras y conductas autodestructivas son las estrategias de alivio
más usadas por los niños y niñas en edades menos dependientes de sus madres.
Estas
realidades llevan a extender la violencia como un tipo de relación social
signada por el uso de la fuerza física y psicológica del agresor, del que tiene
el poder sobre los desposeídos, que suelen ser generalmente las mujeres, niñas
y niños. La violencia doméstica se convierte entonces en un mecanismo de poder
para garantizar la supervivencia de la subordinación femenina.
Las personas
agredidas, usualmente, no dejan a quienes lo hacen sufrir, porque ven esta
situación como algo normal, porque fueron víctimas de la violencia cuando niños
o porque necesitan de la otra persona (económica y emocionalmente) para poder
vivir. Generalmente, se intentan
encontrar explicaciones que justifiquen el hecho de que alguien pueda ejercer
violencia sobre otra persona. Sin embargo, es importante recordar que ni el
consumo de alcohol o de drogas, ni el estrés, ni el cansancio, justifican la
utilización de malos tratos en cualquiera de sus formas.
Otro dato no
menos importante, es que según las investigaciones al analizar el grado de
escolaridad, se muestra que más del 95 % de las mujeres que fueron víctimas de
violencia, tenían un nivel de escolaridad bajo. El poco interés por crecer
culturalmente pudiera estar asociado a patrones familiares y a la poca
integración social que tienen las mujeres entrevistadas al estar relegadas en
el espacio hogareño y al no sentir la necesidad de superación ocupacional. Al parecer,
a medida que las personas aumentan su nivel educacional, aumentan también su
poder y autoridad, por tanto reducen la probabilidad de violencia
La violencia
de género o contra la mujer, que ocurre en el ámbito familiar y social,
constituye una violación de los derechos humanos, la violencia que ocurre en el
marco de las relaciones de pareja es la expresión más aguda de las inequidades
y desequilibrios entre hombres y mujeres
Todas las
personas y también las parejas son diferentes, por lo tanto, tienen distintos
puntos de vista, creencias y maneras de hacer las cosas. A veces estas
diferencias pueden crear conflictos, que son normales en las familias y las
parejas, lo importante es que éstos deben solucionarse mediante el diálogo y la
aceptación de las diferencias.
2.
PROBLEMÁTICA
Muy poco se
sabe de las personas que sufren en silencio el maltrato y el abuso, ya que
quedan detrás de las puertas de sus hogares, ocultas de la vista de la
comunidad.
La violencia, en las relaciones sociales y
particularmente dentro de la familia, se convierte en uno de los obstáculos más
serios para el crecimiento de las personas, deteriora la calidad de vida y
genera muertes evitables. Las estadísticas alrededor del mundo muestran que la
gran mayoría de las personas maltratadas son del género femenino.
La violencia contra la
mujer es un fenómeno muy complicado, sobre todo porque no es correctamente
identificado por toda la población y su reconocimiento sería la primera
dificultad que se debe vencer para poder enfrentarlo con la energía y
emergencia necesaria. Se necesita dar el espacio que se requiere en la
conciencia individual y colectiva para poder detectar la violencia y detenerla
a tiempo.
Uno de los elementos
fundamentales para poder abordar este grave problema es visibilizarlo. Tenemos
el convencimiento de que en la medida en que permanece oculto, se refuerza el
miedo a la denuncia, se dificulta la atención a las víctimas y su erradicación
se hace más difícil. En esta labor de “sacar a la luz” no podemos olvidar la
responsabilidad de la sociedad en su conjunto.
En lo que
respecta a las medidas de protección y tutela de los derechos de las mujeres
víctimas de violencia, se han logrado importantes avances, pero siguen siendo
insuficientes para erradicarla, ya que a nivel mundial ha ido aumentando y
desafortunadamente nuestro país, no es la excepción.
Según datos
recogidos, hoy se dan incluso casos de muerte violenta de mujeres por razones asociadas
a su género, por lo cual es considerada la forma más extrema de violencia,
entendida esta como la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres en
su deseo de obtener poder, dominación o control.
Este tipo de
violencia extrema contra la mujer, se denomina FEMINICIDIO, y el Paraguay, ha promulgado recientemente la
Ley N° 5777/16, DE PROTECCION INTEGRAL CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES,
donde se penaliza el feminicidio y se contemplan elevadas penas, que van de 10
hasta 30 años de prisión. Esta normativa requiere de amplia difusión y
socialización para hacer efectiva su aplicación y llegar a constituirse en una
herramienta transcendental para paliar en gran medida la violencia hacia las
mujeres.
3.APORTE
O CONTRIBUCIÓN PARA PALIAR EL PROBLEMA.
Es
importante recalcar que nada justifica la violencia y debemos hacer algo para
detener y desterrar este mal endémico que azota a la sociedad en general, esa
mala semilla que vamos sembrando en la mente de las niñas y niños, que van
creciendo con escenas de violencia, ocasiona que ellos también sigan el mismo
ejemplo con sus parejas o familia en
general y siga propagándose a futuras generaciones.
Es por ello
que además de leyes, sin menoscabar su importancia, se necesitan planes,
estrategias y políticas públicas que busquen erradicar la violencia y que
garanticen mecanismos eficaces para la defensa y atención de las víctimas. Es
necesario, además acompañar la operatividad de la ley desde distintos
ámbitos, ya sea educativo, económico y
social. La familia, la sociedad y el Estado tienen un gran compromiso y
responsabilidad, para atacar las causas de este flagelo, que constituye una
dolorosa realidad.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario