jueves, 31 de agosto de 2017

Trabajo Social Entrellas del Sur

1. INTRODUCCION

En el Paraguay, hasta unas décadas atrás, la violencia intrafamiliar, se hallaba enmarcada en un sistema-sociocultural denominado patriarcado. La cultura patriarcal, es aquella que sobrevalora a los hombres y subvalora a las mujeres y hace que se estructure una jerarquía en la que los hombres tienen el control sobre los principales recursos de la sociedad y sobre las mujeres.

La violencia intrafamiliar, comprende a todos los miembros de la familia, sucede tanto a  contra hombres y mujeres, niñas, niños, jóvenes y ancianos/as,  sin embargo, en cada uno de los sectores sociales, las mujeres son probablemente las que más han sufrido este tipo de violencia a lo largo de la historia. Durante años y hasta hoy, siguen sufriendo violencia y discriminación frente a otros grupos sociales, sobre todo cuando los motivos de estos hechos son el arraigado patriarcado, los mandatos culturales y religiosos dominantes, que persisten e impiden su erradicación, a nivel mundial y nuestro país no está ajeno, a esta problemática.

La violencia doméstica o intrafamiliar como se la denomina tambien, generalmente es perpetrada por los hombres independientemente del sexo y la edad de las víctimas.  Adopta muchas formas y aparece en todos los ambientes: en el trabajo, en el hogar, en la calle y en la comunidad en su conjunto. No obstante, existen diferencias importantes entre las mujeres y los hombres en lo que se refiere a la forma, la naturaleza y las consecuencias de la violencia. Alude a todas las formas de abuso, ya sea por acción u omisión, dentro de un espacio donde existe desequilibrio de poder. También es de destacar que las víctimas, a menudo se convierten en agresores o participan en relaciones violentas más tarde.

En muchos países la violencia doméstica es considerada como un problema de salud pública que afecta principalmente a las mujeres y a sus hijos e hijas. En los países que se han realizado estudios sobre su prevalencia, se reportan cifras alarmantes, destacando consecuencias físicas, psicológicas y sociales entre las que se cuentan: homicidios, lesiones graves, enfermedades gastrointestinales, enfermedades de transmisión sexual, enfermedades psicosomáticas, problemas de salud mental, suicidios, efectos en los niños que la han presenciado, costos agregados de salud y efectos sobre la productividad y el empleo.

En general, las estadísticas sobre violencia intrafamiliar no representan la realidad de la magnitud del problema, debido al sub-registro de casos. Muchas veces las mujeres no denuncian los actos de violencia de los que son víctimas por la naturaleza “privada” que envuelve estos hechos, por el estigma social asociado a la violencia doméstica, pero más que nada por la creencia, también instalada en el sentir popular, de que no sirve de nada denunciarla e incluso algunas la toleran como algo natural.

Una mujer que sufre violencia y que por tanto ve afectada su salud y estado físico, mental y emocional tendrá mayor dificultad para dar a sus hijos e hijas la atención, el afecto y los cuidados apropiados. Tiene  un alto impacto en la vida cotidiana de los miles de niños y niñas que directa o indirectamente conviven con ella.

El antecedente de violencia conlleva a repetir el acto. Crecer en una familia violenta es un elemento que incrementa el riesgo de futuras conductas similares por parte del propio sujeto que las sufrió o las cometió contra otros miembros de la familia. El antecedente de violencia intrafamiliar es tan importante como predisponente.

Esto es especialmente cierto, ya que las niñas que son testigos de la violencia tienen más probabilidades de acabar siendo víctimas de relaciones violentas. Por tanto, a menudo resulta difícil separar las causas de las consecuencias, ya que crecer en una familia en la que la madre es objeto de abusos es una vía importante por la que el ciclo de la violencia doméstica se perpetúe. Ser testigo de la violencia doméstica también contribuye a la violencia general, en el sentido de que estos niños identifican la violencia como medio para resolver los conflictos.

La violencia contra la mujer abarca, entre otras, la violencia física, sexual, económica y  psicológica que se produce en el seno de la familia y en la comunidad en general, incluidas las palizas, el abuso sexual de niñas, la violación marital, la mutilación genital femenina y otras prácticas tradicionales dañinas para la mujer, la violencia no conyugal y la violencia relacionada con la explotación, el acoso sexual y la intimidación en el trabajo, en las instituciones educativas y en cualquier otro lugar, el tráfico de mujeres, la prostitución forzada y la violencia perpetrada o tolerada por el Estado.

Los niños y niñas que viven situaciones de violencia intrafamiliar, al igual que sus madres, también desarrollan estrategias de alivio que a la larga pueden tener consecuencias  no solo negativas, sino devastadoras. No asistir al colegio es una de las más recurrentes, pero esta estrategia significa que tengan que decidir dónde ir durante esas horas que no estarán ni en clases ni en la casa. Esto casi siempre significa exponerse a otros riesgos. Las depresiones, el consumo de alcohol y drogas, participación en riñas callejeras y conductas autodestructivas son las estrategias de alivio más usadas por los niños y niñas en edades menos dependientes de sus madres.

Estas realidades llevan a extender la violencia como un tipo de relación social signada por el uso de la fuerza física y psicológica del agresor, del que tiene el poder sobre los desposeídos, que suelen ser generalmente las mujeres, niñas y niños. La violencia doméstica se convierte entonces en un mecanismo de poder para garantizar la supervivencia de la subordinación femenina.

Las personas agredidas, usualmente, no dejan a quienes lo hacen sufrir, porque ven esta situación como algo normal, porque fueron víctimas de la violencia cuando niños o porque necesitan de la otra persona (económica y emocionalmente) para poder vivir. Generalmente, se  intentan encontrar explicaciones que justifiquen el hecho de que alguien pueda ejercer violencia sobre otra persona. Sin embargo, es importante recordar que ni el consumo de alcohol o de drogas, ni el estrés, ni el cansancio, justifican la utilización de malos tratos en cualquiera de sus formas.

Otro dato no menos importante, es que según las investigaciones al analizar el grado de escolaridad, se muestra que más del 95 % de las mujeres que fueron víctimas de violencia, tenían un nivel de escolaridad bajo. El poco interés por crecer culturalmente pudiera estar asociado a patrones familiares y a la poca integración social que tienen las mujeres entrevistadas al estar relegadas en el espacio hogareño y al no sentir la necesidad de superación ocupacional. Al parecer, a medida que las personas aumentan su nivel educacional, aumentan también su poder y autoridad, por tanto reducen la probabilidad de violencia

La violencia de género o contra la mujer, que ocurre en el ámbito familiar y social, constituye una violación de los derechos humanos, la violencia que ocurre en el marco de las relaciones de pareja es la expresión más aguda de las inequidades y desequilibrios entre hombres y mujeres

Todas las personas y también las parejas son diferentes, por lo tanto, tienen distintos puntos de vista, creencias y maneras de hacer las cosas. A veces estas diferencias pueden crear conflictos, que son normales en las familias y las parejas, lo importante es que éstos deben solucionarse mediante el diálogo y la aceptación de las diferencias.


2. PROBLEMÁTICA

Muy poco se sabe de las personas que sufren en silencio el maltrato y el abuso, ya que quedan detrás de las puertas de sus hogares, ocultas de la vista de la comunidad.

 La violencia, en las relaciones sociales y particularmente dentro de la familia, se convierte en uno de los obstáculos más serios para el crecimiento de las personas, deteriora la calidad de vida y genera muertes evitables. Las estadísticas alrededor del mundo muestran que la gran mayoría de las personas maltratadas son del género femenino.

La violencia contra la mujer es un fenómeno muy complicado, sobre todo porque no es correctamente identificado por toda la población y su reconocimiento sería la primera dificultad que se debe vencer para poder enfrentarlo con la energía y emergencia necesaria. Se necesita dar el espacio que se requiere en la conciencia individual y colectiva para poder detectar la violencia y detenerla a tiempo.
Uno de los elementos fundamentales para poder abordar este grave problema es visibilizarlo. Tenemos el convencimiento de que en la medida en que permanece oculto, se refuerza el miedo a la denuncia, se dificulta la atención a las víctimas y su erradicación se hace más difícil. En esta labor de “sacar a la luz” no podemos olvidar la responsabilidad de la sociedad en su conjunto.
En lo que respecta a las medidas de protección y tutela de los derechos de las mujeres víctimas de violencia, se han logrado importantes avances, pero siguen siendo insuficientes para erradicarla, ya que a nivel mundial ha ido aumentando y desafortunadamente nuestro país, no es la excepción.

Según datos recogidos, hoy se dan incluso casos de muerte violenta de mujeres por razones asociadas a su género, por lo cual es considerada la forma más extrema de violencia, entendida esta como la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres en su deseo de obtener poder, dominación o control.

Este tipo de violencia extrema contra la mujer, se denomina FEMINICIDIO,  y el Paraguay, ha promulgado recientemente la Ley N° 5777/16, DE PROTECCION INTEGRAL CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES, donde se penaliza el feminicidio y se contemplan elevadas penas, que van de 10 hasta 30 años de prisión. Esta normativa requiere de amplia difusión y socialización para hacer efectiva su aplicación y llegar a constituirse en una herramienta transcendental para paliar en gran medida la violencia hacia las mujeres.


3.APORTE O CONTRIBUCIÓN PARA PALIAR EL PROBLEMA.

Es importante recalcar que nada justifica la violencia y debemos hacer algo para detener y desterrar este mal endémico que azota a la sociedad en general, esa mala semilla que vamos sembrando en la mente de las niñas y niños, que van creciendo con escenas de violencia, ocasiona que ellos también sigan el mismo ejemplo con sus parejas o  familia en general y siga propagándose a futuras generaciones.


Es por ello que además de leyes, sin menoscabar su importancia, se necesitan planes, estrategias y políticas públicas que busquen erradicar la violencia y que garanticen mecanismos eficaces para la defensa y atención de las víctimas. Es necesario, además acompañar la operatividad de la ley desde distintos ámbitos,  ya sea educativo, económico y social. La familia, la sociedad y el Estado tienen un gran compromiso y responsabilidad, para atacar las causas de este flagelo, que constituye una dolorosa realidad.-

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